Santaolalla y la música: Un amor que no envejecerá jamás

By Alicia MonsalveMay 20, 2010AB's Top Music News

Bajofondo en el Disney Hall

El viernes 14 de mayo Santaolalla nos llevó de viaje de ida y vuelta de Ushuaia a la Quiaca en un platillo volador que se llama Disney Hall. Ayudado por una orquesta filarmónica, una directora de lujo y sus amigos de Bajofondo acompañamos a este hombre entrecano a romper el protocolo con su ronroco y subir al escenario una alegría que no se hizo ajena, una nostalgia que a algunos hizo llorar y una energía que solo quienes han pisado el otro lado del arcoiris saben inspirar.

Los pronósticos parecían indicar que sería una noche inolvidable, intensa, especial. La emoción de una entrevista previa con Alondra de la Parra despertó una perversa curiosidad por ver cómo se fundirían dos cuencas musicales en una misma celebración donde la fusión y visión postmodernista del visionario músico argentino se miraba de frente con la estructura clásica de una orquesta filarmónica.

El abrebocas que significó el estreno de la Philharmonic Orchestra of the Americas, dirigida por Alondra de la Parra, preparó el recinto con cuatro piezas donde el ensamble demostró su tibia juventud. La directora, visiblemente emocionada, presentó el programa hermanando las emociones desde el patio al balcón. La noche abrió con una joya casi desconocida de Candelario Huízar, una partitura que de la Parra rescató en las investigaciones que llevó a cabo para grabar el primer CD de la orquesta, el cual será editado en agosto conmemorando el Bicentenario de la República Mexicana. El recinto casi a tope disfrutó de un tema que va de una sublime arpa a un apoteósico final y gracias a este trabajo de hormiguita vuelve a interpretarse luego de su efímero éxito en su estreno a finales de los años 20. Luego el espíritu de Piazolla llegó con su Verano e Invierno Porteño en modernos arreglos de Lev Zhurbin. El contraste comenzaba a prepararnos para lo que se avecinaba. El Danzón No. 2 de Arturo Márquez vino a decirnos que la celebración no era solo de México y Argentina sino del espíritu festivo de Latinoamérica. Ya para entonces el Disney Hall estaba repleto. El venerable bautizó con aplausos a la POA y después del intermedio, ya se aproximaba el momento de recibir a Santaolalla con su charanguito.

El maestro llegó sin barba y sin partituras. Haciendo honor a la tradición de Troilo, sentado al lado derecho del escenario nos llevó en las cuerdas de su ronroco de pura emoción y con pinceladas de la orquesta con los sutiles arreglos de Zhurbin a los paisajes imaginarios de las películas por las que Gustavo recibió dos Óscares. Caminando confiado al lado de la batuta de la Parra y con una humildad que aumentaba su dimensión sobre el escenario trazado por Frank Gehry, G.A.S. interpretó “Apertura” y la versión cinematográfica de ese viaje musical que le cambió la vida: “De Ushuaia a la Quiaca”. Luego, a la guitarra y con viva voz nos demostró que su amor por la música no envejecerá jamás con un emotivo paseo por el soundtrack de “Brokeback Mountain”. Las flores y mariposas parecían flotar por instantes mientras en el pedal electrónico característico del sonido country lo acompañaba Bob Bernstein. Hubo emoción y abrazos, Santaolalla se despidió del escenario pero advirtió que regresaría con unos amigos a hacer un poco de fiesta. La noche continuaba.

Bajofondo y Alondra Parra en el Disney Hall

Hasta aquí la formalidad habitaba el recinto. Un extraño artefacto despertó la curiosidad, la nostálgica sonoridad del megáfono característico del violín Stroh en manos de la alargada figura de Casalla nos invitó de inmediato al lugar donde se unen el río y el océano, luego Bajofondo en pleno se subió a la tarima y las nobles maderas se estremecieron con los ritmos del arrabal remezclados en las cajas de sonido que se unieron en intrincado beso con los arrullos de la orquesta. De la Parra en medio, batuta al frente, mano a un lado, piloteando dos barcos, dos corrientes, un mismo discurrir. A su lado, cambiando el ronroco por la guitarra eléctrica, con el pulso acelerado y los pies al aire Santaolalla otra vez, pero a mil años luz como si hubiese bebido de la fuente eterna, jovial, festivo, emocionado, alucinante. Campodónico de cara al frente, contando los compases para coordinar la cadencia con la orquesta que reverberaba a su alrededor, el sonido febril del violín del arrabal en perfecto diálogo con la sección de cuerdas de la orquesta, la directora saltando a paso coordinado con la banda, jovial e irreverente. El entregado bandoneón de Ferrés como una serpiente prehistórica abrazaba el espacio traspasando el tiempo y el espacio, en elipse perfecta se precipitaba junto al bajo de Casacuberta, codo a codo con Casalla. Por algunos momentos sublimes, las violas y los cellos parecían rapear y hacer scratch sobre el mar dulce.

Los metales hicieron deleite para complementar al octeto y a pesar de la presencia de la batería y los beats electrónicos no se hizo tímida la percusión de la orquesta, que añadió en vivo la emoción de los tamboriles. Supervielle puso su verbo y su scratch y Santaolalla vaticinó en el micrófono que el relajo se avecinaba porque ya llegaba la hora “Pa’ bailar”. El festejo final lo hicieron asistidos por su técnico-bufón-animador y con un súbito intercambio de batuta por guitarra, la directora le dejó el mando a Santaolalla. La magia de las computadora permitió deslices: de la Parra en la guitarra, Casalla a la batería, Sosa a las mesas de mezcla, Santaolalla marfiles al aire y llevando el compás a dos manos. Finalmente llegó el agua al mar, el baile se hizo presente sobre el escenario y se subió hasta la Luna. La audiencia se recreó en un recinto reservado para formalidades. La noche parecía acabar con la alegría de “Los Tangueros” pero los aplausos no se apagaron hasta que la banda regresó para otorgar el encore y poner a todos de nuevo a romper el protocolo. Podíamos irnos felices, aunque con ganas de continuar. Con la curiosidad y miles de inusitadas pistas surcando mi cabeza, el viento de la noche angelina no me impide sonreír al bajarme del platillo volador. El Disney Hall es fantástico, pero ¡cómo me gustaría ver este espectáculo en el Summerstage de NY en pleno Central Park, o en el California Plaza, al aire libre en pleno downtown! Ojalá que esta idea llegase a oídos de la Alondra y el zorzal. Tan, Tán.