El Silencio También Es Música

By Juan J. ColomerDecember 7, 2009AB's Top Music News

Cuando se habla de música, no es frecuente hacer referencia al silencio y, de hecho, no es extraño referirse a éste como la ausencia de música, o de sonido en general.  Si bien es ésta una comparación válida a efectos prácticos, no deja de ser completamente errónea. El silencio es un elemento intrínseco en la música hasta el punto de ser un recurso necesario en cualquier discurso musical coherente.

Tomemos, por ejemplo, una de las obras que más polémica ha despertado desde su estreno: se trata de “4:33” del ya fallecido compositor estadounidense John Cage.  En esta pieza para piano, el intérprete salía al escenario, se sentaba al piano y después de 4 minutos y 33 segundos salía del escenario sin haber tocado una sola nota. A simple vista (y, para algunos, incluso después de minucioso análisis) esta obra basada exclusivamente en el silencio, difícilmente puede ser catalogada como música, y mucho menos arte.  

Una mirada más profunda a la intención del compositor y a su filosofía, nos revela que detrás de todo ello hay algo más que una simple ausencia de sonido. Para comprenderlo un poco mejor, habría que enmarcar esta obra dentro del contexto histórico y las circunstancias existentes en ese momento.  La segunda mitad del Siglo XX fue un período marcado por la introducción de la música electroacústica y por la experimentación, tratando de llegar a los límites de lo que se podría considerar como “música”.  En este sentido, Cage visitó en 1951 en la Universidad de Harvard una cámara preparada especialmente para que ningún ruido penetrara ni rebotara al ser emitido desde el interior, con la esperanza de escuchar silencio “total”. Pero, en lugar de ello, escuchó dos zumbidos, uno agudo y otro grave.  Según le explicaron luego, el sonido agudo correspondía a su sistema nervioso y el grave a la circulación de la sangre por sus venas. Como resultado de tal experimento, concluyó que el silencio como ausencia total de sonido no existía.  Fue este descubrimiento lo que le llevó a componer la mencionada pieza, en la que el énfasis estaba en hacer percibir al espectador desde una nueva perspectiva, sentado en su butaca silenciosamente, ruidos y sonidos que el cerebro humano “desconecta” automáticamente, como la respiración, aires acondicionados, roces de manos, etc. 

En términos menos extremos, el silencio, en distintos grados, existe en cualquier estilo musical y es, en ocasiones, uno de los recursos más efectivos si se sabe utilizar correctamente.

Siendo la música, como cualquier forma de arte, relativa, la creación de efectos se logra más fácilmente mediante contrastes más que por abuso de un recurso específico.  Así pues, si se quiere dar fuerza o importancia a un estribillo, en lugar de tratar de subir el volumen, un recurso muy empleado es el introducir un silencio justo antes de que entre, para dar la sensación de que al caer en el estribillo, se rompe con más fuerza (por supuesto no siempre va a funcionar, y algunos estilos se prestan más para este tipo de práctica que otros).

Parte del efecto que la obra de Cage provoca, se puede aplicar también a otros estilos de música. Me refiero al hecho de que cuando un mismo elemento se viene repitiendo durante toda una canción, el cerebro empieza a asimilarlo de una manera menos consciente cada vez, hasta que llega un punto en el que ya no somos conscientes de escucharlo, sino que hemos pasado a hacerlo de una manera automática.

Esto ocurre con frecuencia en el Rock, sobre todo el más pesado, en el que bajo, batería y guitarras están sonando constantemente en figuras repetitivas, por ello, el intercalar pausas en momentos apropiados hace que se rompa esa automaticidad y se refresque la percepción de ese elemento.

La famosa frase de “menos es más”, tiene  especial cabida en la música en donde muchas veces, al tratar de crear con demasiada fuerza un cierto tipo de efecto, se satura de elementos y pierde gran parte de la efectividad que podría haber tenido si se hubiera aplicado un mejor criterio.  A veces, sobrecargar un arreglo o una canción puede tener un efecto más nocivo que haberse quedado corto. Y aquí, de nuevo, el concepto de silencio tiene gran importancia, ya que para poder apreciar algo, se tiene que dejar espacio sufi ciente para que el público pueda reaccionar y disfrutar de lo que está escuchando.

Muchas veces, la verdadera genialidad está en saber cuándo hay suficiente, o en aceptar ideas simples sin importar que esa misma mente tenga los conocimientos y la habilidad para generar ideas infinitamente más complejas.

Uno de los grandes de todos los tiempos, el trompetista Miles Davis, no pasó a ser una leyenda del jazz por sus intricados y complejos fraseos (de los cuáles era perfectamente capaz), sino por la pureza y simplicidad de sus líneas melódicas, las cuales por cierto, gozaban de buenas dosis de silencio entre ellas.