Atahualpa Yupanqui: 100 Años para Redordar al Arriero

By Natalia Kidd / EFEMarch 12, 2008AB's Top Music News

Atahualpa YupanquiHijo de un descendiente directo de aborígenes y de una inmigrante vasca, Atahualpa Yupanqui se enamoró de la guitarra siendo un niño, pero fue su periplo por los remotos pueblos de Argentina el que alimentó una poesía que hoy, a cien años de su nacimiento, sigue inspirando a otros artistas a cantar las historias de la gente simple.

Soy el que viene

Héctor Roberto Chavero no eligió cualquier seudónimo. Con apenas 14 años y lejos, muy lejos, de las luminarias de Buenos Aires, el joven aprendiz de guitarrista eligió un nombre quechua para firmar sus composiciones: Atahualpa Yupanqui, “el que viene de viejas tierras para decir algo”. Hijo de José Demetrio Chavero, de origen mestizo, con sangre española y aborigen, e Higinia del Carmen Aram, vasca, “don Ata”, como lo llaman sus seguidores, nació el 31 de enero de 1908 en el paraje de Campo de la Cruz, a 224 kilómetros al noroeste de la capital argentina.

Su primera pasión fue la guitarra de su padre, la que tocaba a hurtadillas. “En una sola cuerda recorría parte del diapasón buscando armar la melodía que más me gustaba: la Vidalita”, recordará el artista, quien, como muchos músicos de su época, aprendió el arte escuchando composiciones de maestros españoles como Fernando Sors, Albéniz, Granados y Tárrega.

Desde los 17 años, Yupanqui deambuló por gran parte del extenso territorio argentino, combinando su vocación musical con trabajos de ocasión, incluso como periodista. El historiador Félix Luna, en una biografía del artista, destaca que gracias a sus permanentes andanzas y “en años de peregrinaciones por la tierra, llega a adquirir un increíble conocimiento de Argentina, su paisaje y su gente”, una fuente de conocimiento que él mismo recomendaba a otros jóvenes músicos, como Ariel Ramírez.

Para el cantautor argentino César Isella, uno de los referentes de la canción latinoamericana, la clave de Yupanqui es que “decía las cosas de un modo particularmente simple, de esa simpleza clara y profunda que llegaba a los seres humanos como vaso de agua fresca”. “Aún las verdades mas duras llegaban a lo profundo, sin ofensas, Su modo de tocar la guitarra -zurdo con cuerdas al revés que los demás- y el fuerte sentimiento en su pulsación conmovían. Uno sabia que allí adentro había vida vivida y mucha de la gente de su pueblo. Lo de Yupanqui no era solo maestría con el instrumento y su voz. Las dos cosas tenían que ver con lo que el y su guitarra habían vivido”, señaló Isella, que compartió varias actuaciones con Yupanqui fuera de Argentina. Para Isella, “don Ata” tuvo la grandeza de decir “en versos simples y profundos las penas, los dolores y la dignidad del hombre americano de sus días”, “supo como nadie de su tiempo, con tono dominante, hacer una canción majestuosa y digna en el habla castellana”.

Genial universalidad

“Controvertido para los que no lo conocían por sus agudos dichos” y “meticuloso observador de los asuntos políticos -algo así como el Jorge Luis Borges de izquierda-”, según Isella, Yupanqui es dueño de una “obra genial y universal”. Tras participar en una revuelta contra los conservadores, Atahualpa estuvo exiliado dos años en Uruguay, donde sobrevivió dando actuaciones, hasta que regresó a Argentina en 1936.

Un año más tarde conocería a la franco-canadiense Paule Pepin Fitzpatrick, “Nenette”, a quien se uniría en 1946, luego del fracaso de su primer matrimonio con María Martínez. “Nenette” fue el gran amor de su vida y con ella compartió la autoría de decenas de canciones, que la mujer firmó con el seudónimo de Pablo del Cerro. 

Atahualpa YupanquiRoberto Chavero, único hijo de la unión entre “Nanette” y Yupanqui, recuerda a su padre como un hombre “muy tierno, muy cariñoso, severo cuando tenía que serlo, y siempre presente, aún cuando tenía que viajar”. “Mi padre escribía todas las noches una carta a su familia. A mamá, a mí, a sus amigos. Cuando estaba en el extranjero, casi todos los días escribía”, recordó Chavero en una entrevista concedida a Efe.

“Su legado está vigente y es necesario. La humanidad está en una crisis profunda, donde hace falta recuperar valores como la reflexión, la sensibilidad, la estética, el amor a la tierra, la solidaridad, los regionalismos y las identidades genuinas, valores que encarnó mi padre”, afirmó Chavero.

En rojo

Publica su primer libro, “Piedra sola” en 1940, al que seguirá “Cerro Bayo”, que dio base a la película “Horizontes de piedra”, con música del propio Atahualpa y en la que también intervino como actor.

En 1945, Yupanqui se afilia al Partido Comunista, condición por la cual durante el gobierno de Juan Domingo Perón (1946-1855) prácticamente no grabó ni actuó en público, fue detenido ocho veces y pasó varios meses preso en una cárcel de Buenos Aires. Su refugio era Cerro Colorado, un villorrio al norte de la provincia de Córdoba (centro de Argentina), donde había adquirido una finca. Allí descansan ahora las cenizas del artista, a la sombra de un añejo roble.

Sin oportunidades en Argentina, en 1948 resuelve probar suerte en París. “Yo era todavía un don nadie. Me tocó actuar en el mismo espectáculo junto a Edith Piaf, que en ese momento estaba en la cumbre. Su humildad hizo que esa noche fuera yo la estrella y ella la segunda figura: por imposición de ella yo abrí y cerré el espectáculo. Cosas así, no se olvidan”, recordaría el artista en 1971.

El éxito en París fue rotundo. En 1949 dio más de sesenta conciertos en toda Europa. Para mediados de la década de 1950, el folclore argentino vive una explosión en cuyo pináculo estaba Yupanqui como decano y voz mayor de ese movimiento.

En 1972 publica “El payador perseguido”, que pinta al gaucho y su entorno, que siguió a “El canto del viento” (1965), que integra relatos de su propia vida con explicaciones sobre leyendas y tradiciones argentinas.

Poco reconocido en su tierra, en los años 60 decide probar suerte en España, donde en poco tiempo se convierte en un artista reconocido, pero también le supuso enfrentarse a la censura del gobierno de Franco, que en una ocasión le pidió que entregara de antemano las letras de las canciones para autorizar la edición de su disco. “Yo no le pido permiso a nadie para cantar mis canciones”, contestó Yupanqui, quien se fue a París, de donde irá y vendrá a Argentina, hasta su muerte en Nimes, Francia, el 23 de mayo de 1992, a los 84 años.

El cantante argentino Jairo, quien cultivó la amistad con Yupanqui cuando ambos vivieron en París, destaca que Atahualpa tenía “una voz pequeña pero muy cálida”, creó una forma “única” de tocar la guitarra y dejaba absortos a públicos que, aunque no entendiesen el español, eran “transportados por el sonido de su voz y su carisma”. “Yupanqui es un Carlos Gardel bis para mí. Lo que Gardel es a la cultura urbana, Yupanqui lo es para la cultura campera. Es el igual de Gardel. Ambos representan a la Argentina expresada en dos personalidades artísticas”, señala el cantante.

Adiós

Cuando Nenette, la mujer de Atahualpa, murió en 1990, Yupanqui quedó muy afectado. A los pocos días regresó para cumplir con un concierto en París, que, según quienes siguieron de cerca su trayectoria, fue la mejor actuación de su vida. “Cuando terminaba cada canción, levantaba la mirada y señalaba con la mano arriba, como dirigiendo esos segmentos de arte puro, algo muy emotivo”, recuerda Jairo. Jairo rememora otros datos poco conocidos de Yupanqui, como su amistad con el poeta francés Paul Eluard, con quien salía a trotar por los jardines de Las Tullerías, o su afición por el tenis femenino, en particular por la española Arantxa Sánchez Vicario.

Pese a que en vida no tuvo el reconocimiento merecido, su legado ha tomado vigor con los años, influyendo incluso en el rock argentino, que lo rescató en 1993 de la mano de una versión de “El arriero” por la banda Divididos.

Hechos Destacados 

“Su legado está vigente y es necesario. La humanidad está en una crisis profunda, donde hace falta recuperar valores como la reflexión, la sensibilidad, la estética, el amor a la tierra, la solidaridad, los regionalismos y las identidades genuinas, valores que encarnó mi padre”, afirmó su hijo Roberto Chavero.