Mucho antes que John Waters se declarara el “Papá del Malgusto”, Russ Meyer se dió a la tarea de sacudir a las audiencias estadounidenses caminando en los límites de la censura para convertirse en precursor del movimiento de cine independiente, después de que la televisión le diera golpes letales a la industria cinematográfica.
Y, es que en cuestión de trabajar con presupuestos limitados, Meyer reunió toda la experiencia necesaria y siempre tuvo a la fortuna de su lado con la fórmula de “sexplotación”, que fue llevada a su más grande expresión en cintas como “Vixen”, la cual con un presupuesto de apenas 76 mil dólares, logró ganancias de 6 millones de dólares, números pequeños para estos días, pero bastante significativos para una cinta creada al margen del “Sistema Hollywood”. Gran parte del éxito de la película se debe a la acertada visión de Meyers, quien conociendo el poder de la controversia, se dedicó a promoverla en todos los medios conservadores que fuera posible, siempre pregonando las virtudes artísticas de su trabajo y, de paso, creando de esta manera una gran expectativa entre los adolescentes, quienes a fin de cuentas eran quienes iban a ver estas cintas en los ya casi fallecidos autocinemas. Con una fotografía bastante decente y situaciones adorablemente absurdas, la cinta ofrece el clásico sello de la obra de Meyer, que ha sido estudiado por años en las escuelas de cine y que lo ha hecho trascender en la historia del Séptimo Arte: esas bellas mujeres con pechos enormes, mostrados en pantalla en toda su gloria.