¿Para qué concentrarnos en el tiempo que tiene Mel Gibson sin hacer películas o en todas las broncas que ha tenido a partir de sus incidentes con el alcohol y su breve pero impresionante carrera como director, si de eso ya están hablando otras publicaciones? Lo que nos debe interesar es que Mel ha regresado en plena forma para hacer una cinta que es básicamente Mad Max, pero a su edad, en esta época y con un contexto más siniestro… o sea político. Aunque esto sería una mala afirmación y bastante injusta para el director Martin Campbell, quien ya había dirigido la original serie de televisión británica sobre la que está basada la cinta, que cuenta la historia de un policía que al comenzar a investigar el asesinato de su hija, termina descubriendo que los involucrados son encumbrados políticos y hombres de negocios a cargo de plantas nucleares con dudosas prácticas.
Lo cierto es que la cinta es excelente, mentalmente estimulante y con la dosis de violencia necesaria para volver a ver a Mel como le gusta a sus verdaderos fans, y que con esta película está a punto de robarle la corona a Charles Bronson en cuanto a ancianos héroes justicieros… a no ser que Clint Eastwood haga algo nuevo.
Por supuesto, el hecho de que Danny Houston sea el archivillano empresarial y Ray Winstone la contraparte dialéctica que desde un inicio le comunica que su deber es eliminarlo (cuando llegue el momento y porque ese es parte de su trabajo… nada personal), le brinda a la cinta más ingredientes todavía para que este “film noir” de corte político sea disfrutado en todas sus dimensiones y no solo como una cinta de venganza.
Como siempre, los cinéfilos obsesivos pueden rentar de Netflix la serie original para hacer sus comparaciones entre el trabajo de Bob Peck y el de Mel Gibson, pero es justo decir que cada uno tiene sus propios méritos y que Campbell ha logrado dejar intacta la deliciosa violencia que le devolvió la vida al James Bond de Casino Royale.
