Hablar de lo que significa el nombre de Pedro Almodóvar para el cine mundial es algo sumamente complejo (y tema para muchas páginas… quizás en otra ocasión) pero lo cierto es que siempre es motivo de celebración, ya que desde hace años el estilo de Almodóvar se ha incrustado en el colectivo del cine mundial como una de las voces más originales y de mayor influencia.
Esta cinta nos presenta una nueva colaboración entre Penélope Cruz y Almodóvar en donde una vez más el manchego hace brillar a Penélope con un papel lleno de interesantes matices, que van de lo juguetón a lo trágico muchas veces en tiempo récord.
La historia nos cuenta en un principio la vida de Harry Caine (Lluis Homar), un escritor que es ciego y vive de escribir guiones para películas, pero quien en realidad es la sombra de lo que fuera alguna vez el cineasta Mateo Blanco, un brillante director de cine quien años atrás perdiera en el mismo día al amor de su vida, la vista y la posibilidad de poder volver a dirigir películas.
Es así como entre flashbacks y la narración del presente nos enteramos cómo es que se conocen Mateo y Lena (Penélope Cruz), ambos unidos por el amor al cine y una poderosa atracción que va dando paso a sentimientos más serios que les llevan a revisar la manera como ambos llevan sus vidas, decidiendo dejar todo atrás tras completar la producción que los llevara a conocerse.
Sin embargo, como a esta altura ya se ha tejido bastante la telaraña de culpa, poder, celos y traiciones, el amor entre Mateo y Lena se encuentra destinado a la tragedia, cosa que aunque como audiencia sabemos desde un principio, no impide que suframos las dichas y las desventuras junto a sus protagonistas.
Aunque a grandes rasgos esa es la historia de “Los Abrazos Rotos”, existen otra serie de historias aunadas a ésta que le dan una dimensión más grande y “almodovaresca” y aunque el estilo de Pedro es más adulto que hace unas décadas, eso no le impide crear momentos sumamente hilarantes, como cuando Ernesto Martel, el “protector” de Lena, contrata a una “lectora de labios” para espiar sus conversaciones con Mateo, o como cuando Harry Caine platica con su guía cómo sería su versión de una cinta de vampiros, con ideas tan frescas, cómicas y brillantes que nos hacen odiar aun más a toda la oleada de pálidos y predecibles chupasangres que recientemente han inundado la pantalla chica y grande.
A final de cuentas, la cinta es una historia acerca de la identidad y de los recuerdos, aquellos que nos ayudan a vivir y aquellos que nos lo impiden, de cómo tratamos de desintegrar dolorosas memorias, como la foto de un abrazo, roto en pedazos y guardado en un cajón. Nadie mejor que Almodóvar para contar esta historia.
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