Samuel L. Jackson es parte de “La leyenda de Tarzán”, la enésima película del actor más recaudador de la historia del celuloide
Pocos hay en este tinglado que tengan tanto oficio. Se le nota incluso en la forma de abordar la primera entrevista del día, revisando si hay suficiente bebida en la habitación —un cinco estrellas en Beverly Hills—, colocando las cortinas de la habitación para que entre luz, pero no demasiada, y reconociendo el terreno antes de saludar a su interlocutor, que parece ser la menor de sus preocupaciones. Es parte de la rutina.
En Samuel L. Jackson hay una mezcla del divo de Hollywood con cohorte detrás para asegurarse que todo está a su gusto, y el currante que se sabe lo suyo de memoria y pretende cumplir con lo que le han pedido, sin más. Al fin y al cabo, ya son 120 títulos con este, “La leyenda de Tarzán”, los que lleva encima con 67 años, convertido en leyenda por esa mezcla de constancia, tenacidad y oficio para estar en todo. O casi todo.
Aunque la Academia de Hollywood nunca le ha otorgado un Oscar, el de Washington figura en el libro Guinness de los Records como el actor más taquillero de la historia del cine, sumando sus más de 100 películas y su recaudación: 16,000 millones de dólares hasta la fecha por su presencia en franquicias como “Star Wars”, las múltiples entregas de Marvel y sus superhéroes, o las cintas de “Jurassic Park”, por nombrar las tres sagas más visibles.
En parte lo ha logrado por estar abierto a casi todo, como con esta cinta de David Yates donde no parecía encajar, a simple vista, pero donde le han escrito un papel a su medida como parte de una nueva vuelca de tuerca al famoso Tarzán de los monos. No hay duda de que los estudios confían en él, que tiene tirón y que le sube el perfil a cada película en la que participa. “De alguna forma, soy bueno sentando culos en butacas”, dice con gesto de satisfacción y una medio sonrisa.
Por eso cabía preguntarse por qué le dio la oportunidad a Tarzán pudiendo elegir entre tantas ofertas. “¿Y por qué no?”, responde sin dejar terminar la pregunta. “Es una película que yo iría ver y en la que me veía dentro. Un amigo mío escribió el guión original, Craig Brewer, y me dijo que lo había escrito conmigo en mente. Después leí sobre George Washington Williams —el personaje que interpreta—, y me gustó”.
Jackson se mete en la piel de un ex combatiente de la Guerra Civil Americana que viaja al Congo belga junto a Tarzán para denunciar el maltrato a los esclavos en el corazón de Africa, un filme protagonizado por un muy musculoso Alexander Skargard en el papel de Lord Greystoke y con Margot Robbie haciendo de Jane. Una cinta de cierta exigencia física, en apariencia.
“No fue terrible, en realidad”, confiesa. “Me pusieron un preparador físico y me mantuve a base de pilates. Tengo mis dolores, por supuesto, pero estoy bien. Ya no me levanto tan deprisa como solía”.
Nada que le impida seguir a lo suyo, a razón de tres, cuatro y hasta cinco películas por año. “Me gusta crear, trabajar con otros actores, contar historias, estar del otro lado de la pantalla. Me fascina todo eso. Es como pintar un cuadro tras otro. Te puedes llegar a cansar, pero al final quieres terminarlos.
¿Y no ha pensado en tomarse un respiro, como hacen muchos en Hollywood que alegan estar mentalmente saturados?
Yo no soy uno de ellos. Ni estoy mentalmente agotado con el proceso ni he contado todas las historias que quiero contar. El trabajo, al fin y al cabo, no es tan duro, no es como una obra de teatro que tienes que hacer cada día. En el cine son tres páginas al día, básicamente. El resto del tiempo estás sentado viendo televisión o pensando en lo que quieras cenar esa noche.
Con esa actitud ha logrado destrozar marcas en la historia del cine. ¿Cómo valora ese logro?
Eso solo significa que he hecho películas que a la gente le gustan y que los estudios confían en mi.
¿Era la clase de legado que andaba buscando?
La verdad es que ni lo he pensado. Lo único que quería era actuar. Hay una cantidad limitada de oportunidades de actuar en la vida y tienes que aprovecharlas. Con suerte, lo que hagas perdurará en el tiempo.
¿Se siente orgulloso de sus elecciones a lo largo de su carrera?
La clase de películas que yo hago son entretenidas, no son documentales. Entras al cine para perder dos o tres horas de tu vida con la esperanza de sentirte mejor. Eso me parece suficiente y una buena elección.
¿Le preocupa que cada vez haya menos espacio para el cine como arte y no como mero pasatiempo?
Hay un sitio para todo eso. Hay películas que se ocupan de la condición humana y si quieres hacerlas, adelante, con gente que hace películas un poco como carnaza para llegar a los Oscar. Yo no soy esa clase de tipo. Yo solo quiero hacer películas.
¿Y lo que dice Alejandro González Iñárritu sobre el genocidio cultural que supone, a su entender, las cintas de superhéroes, qué sensaciones le despierta?
No puedes dictar lo que la gente quiere ver ni lo que disfruta. Cada uno es responsable de su propio enriquecimiento cultural. Cuando era un niño, mi madre me hacía leer un clásico por cada cómic que leía. Iba al cine a ver cosas regulares pero mi madre me hacía ver películas buenas. Me educó en esa sentido. Pero decir que nadie está viendo mis películas porque están ocupados viendo otra mierda, no tiene sentido. Trata de apelar a la gente que puedas y no te enfades porque hay 30 millones de personas que prefieren ver otra cosa.
Entonces, para usted, ¿qué es el cine?
Las películas son entretenimiento. Y punto.